Aprendimos en 1 Pedro 1 que nuestra lealtad a Jesús nos pone en desacuerdo con la cultura que nos rodea. Lo que nos da esperanza es que esta vida y sus pruebas son breves comparadas con lo que Dios tiene para nosotros en la eternidad. Como resultado, muchos cristianos viven solo para el futuro. Eso es una reacción exagerada. El capítulo 2 explora cómo deberíamos ser en realidad mientras todavía vivimos aquí en este mundo secular. Entonces, cuando te veas atrapado en una guerra cultural, Pedro nos recuerda que debemos “ser” cuatro cosas:
Sé definido por el reino de Dios.
El fundamento de todo lo que hacemos en la vida es nuestra identidad en Cristo. Si comprendes quién eres en Él, la forma en que interactuamos con la cultura reflejará las prioridades y el propósito de Dios. Esto es lo que Pedro nos recuerda en la primera mitad del capítulo 2.
Primero, somos piedras vivas en el templo de Cristo (4-5). Todo lo que Dios planea lograr en el mundo se compara con un nuevo templo. Con Jesús como principal piedra del ángulo (4), todo lo que Dios hace se basa en él. Pero los cristianos son piedras en ese templo (5). Estamos plenamente conectados con Jesús. Somos parte del plan de Dios. Pedro señala que Jesús fue rechazado por su pueblo, pero elegido por Dios (4). Esto define la relación que tenemos con la cultura que nos rodea. Puede que seamos rechazados, pero también somos escogidos por Dios para representarlo.
Segundo, somos un pueblo elegido que pertenece a Dios. Somos los destinatarios de su misericordia (9-10). No pertenecemos a ningún poder o institución de la cultura que nos rodea. Somos sacerdotes reales de Dios. Al igual que los reyes y sacerdotes del Antiguo Testamento, estamos apartados para servir a Dios y a su pueblo. Por lo tanto, no estamos definidos por afiliaciones políticas, identidades étnicas, nacionalidad, posición social, vocación o cualquier otro factor por el cual el mundo trata de definir a las personas, sino por nuestra relación con Dios.
Tercero, Pedro nos recuerda nuevamente (como en el capítulo 1) que somos “residentes temporales y extranjeros” en este mundo (11). Como exiliados en una tierra lejana, no nos conformamos con la cultura local. Nunca podemos estar completamente en casa aquí. Los deseos del mundo (11) que tanto significan para las personas que nos rodean no deben movernos a nosotros.
Sé una luz para tus vecinos.
El primer conjunto de relaciones que Pedro quiere que consideremos es la gente que vive a nuestro alrededor. Este es tu prójimo. Cuando vivimos como sacerdotes reales pertenecientes a Dios (9), el resultado es que “podemos mostrar a los demás la bondad de Dios” (10). Más específicamente, Pedro dice: “Procuren llevar una vida ejemplar entre sus vecinos no creyentes” (12). Él advierte que la gente podría acusarte de hacer algo malo, simplemente porque no sigues sus creencias y valores (ver 4:4). Pero la calidad de nuestras vidas debe refutar y callar cualquier reclamo calumnioso contra nosotros (ver 15-16). Cuando sentimos que la cultura que nos rodea está en guerra con nosotros, podemos convertir a nuestros vecinos en enemigos. Podemos aumentar la tensión por la forma en que respondemos a ellos. Y este no es el propósito. Si no que el capítulo 3 nos llama a explicarles nuestra esperanza en Cristo “con humildad y respeto” (3:16).
Sé respetuoso con la autoridad humana.
Luego, los versículos 13-14 abordan nuestra relación con la autoridad gubernamental. Los gobiernos humanos son a menudo la fuente de oposición contra los cristianos. Este fue el caso del imperio romano en la época de Pedro. Sin embargo, Pedro espera que nos “sometamos a toda autoridad humana” (13), desde el jefe de estado hacia abajo. No hacemos esto porque confiamos en que cualquier gobierno sea justo. Lo hacemos “por amor al Señor” (13). Dios le dio al gobierno su autoridad para restringir el mal y fomentar el bien (14). No siempre tiene éxito, pero debido a que finalmente confiamos en el gobierno de Dios como Rey, podemos respetar al rey terrenal (17).
¡Este mandato es sorprendente! Siendo extranjeros y exiliados en este mundo, podrías esperar que la Biblia sea más antagónica hacia los gobernantes terrenales. O que ignores la autoridad humana como algo irrelevante. En cambio, estamos llamados a someternos a ella, incluso cuando podamos sufrir en sus manos. La única excepción es cuando los funcionarios del gobierno exigen explícitamente que desobedezcamos a Dios. Años antes de que Pedro escribiera esta carta, el concilio gobernante de Jerusalén le ordenó que dejara de hablar públicamente de Jesús. Él se negó, diciéndoles: “Nosotros tenemos que obedecer a Dios antes que a cualquier autoridad humana.” (Hechos 5:29).
El llamado a la sumisión de Pedro refleja un principio en acción a lo largo de todo el libro. En el versículo 21, dice: “Pues Dios los llamó a hacer lo bueno, aunque eso signifique que tengan que sufrir”. Podríamos sufrir por las calumnias de nuestros vecinos. Podríamos sufrir a manos del gobierno. Pero Pedro nos advierte que si sufrimos, debe ser por nuestra fe en Jesús, no por ningún mal comportamiento de nuestra parte (4:15). Él dice: “De modo que, si sufren de la manera que agrada a Dios, sigan haciendo lo correcto y confíenle su vida a Dios, quien los creó, pues él nunca les fallará.” (4:19).
En resumen, las personas que pertenecen a Dios se enfrentarán a la cultura humana. Pero debemos continuar siendo una luz para nuestros vecinos y respetar la autoridad humana. Eso lleva a la tercera esfera de las relaciones humanas afectadas por las guerras culturales:
Mantente conectado con el pueblo de Dios.
El versículo 17 da un adelanto rápido de un tema más amplio: “amen a la familia de creyentes”. Los capítulos 3 y 4 cubren esto con más detalle. En pocas palabras, en tiempos difíciles, necesitamos a otros cristianos, ¡y ellos nos necesitan a nosotros! Muchos cristianos hoy en día no están manejando muy bien el choque cultural porque se han aislado de la comunidad de fe.
Esta forma de relacionarse con los demás cuando la cultura se mueve en nuestra contra va contra la corriente. Nos encontramos arremetiendo contra las personas o fuerzas que nos amenazan. Es importante saber que cuando Dios nos llama a hacer el bien, aun en el sufrimiento, nuestro ejemplo es Jesús (21). Cuando fue atacado injustamente en la cruz, no tomó represalias, sino que dejó su caso en las manos de Dios (22-23). Como resultado de su respuesta, hemos sido perdonados y sanados (24-25).