Hoy empezamos una serie titulada “Los 7 pecados capitales”. Esta serie está basada en el libro 7 pecados capitales de Graham Tomlin, Estos siete pecados capitales son el orgullo, la lujuria, la pereza, la codicia, la glotonería, el enojo y la envidia. Y el motivo del porqué hablar de estos pecados es porque Los siete pecados capitales son malos hábitos que destruyen nuestra capacidad para amar a Dios, a otros y a nosotros mismos. Hoy miraremos al pecado del orgullo.
Graham Tomlin dice en su libro 7 pecados capitales:
El surgimiento de la bondad en nosotros no es una cuestión de esfuerzo moral extenuante de nuestra parte, sino de responder al amor de Dios, que nos miró mucho tiempo antes de que lo hayamos buscado, y trabajando junto con el Espíritu Santo, quien trabaja incansablemente para sacar de nosotros una semejanza a Jesucristo …
En otras palabras, lo bueno nace de nosotros porque Dios nos buscó y amó mucho antes y con la ayuda del Espíritu Santo que trabaja sin cansarse en nosotros para que cada día nos parezcamos más a Cristo.
El orgullo es un pecado que, si no se controla, nos deja aislados porque la gente se apartara de nosotros porque nadie quiere estar cerca de alguien que nos hace sentir menos creyéndose más que nosotros, ni mucho menos cerca de alguien que nos humille.
Pero ¿qué es el orgullo? El orgullo es un sentimiento de profundo placer o satisfacción derivado de los propios logros. Lo que es más:
El orgullo es un camino falso hacia la autoestima y se convierte en algo que intentamos construir basándolo en nuestra propia bondad. Esto puede funcionar por un tiempo, pero está condenado al fracaso.
O sea que queremos sentirnos bien haciendo cosas buenas. Creemos que porque de vez en cuando hacemos el bien, o le ayudamos a alguien, somos personas buenas y morales. Y el ser orgullosos nos da una alta estima falsa. Esto puede funcionar por un tiempo, pero tarde o temprano te lleva al fracaso. Y no estoy hablando de un orgullo saludable como cuando te propones una meta y la logras y te sientes orgulloso de ti mismo por haberlo logrado. Estoy hablando de ese orgullo que se convierte en arrogancia y llegas a creerte superior a los demás y los haces de menos. Un ejemplo claro de esta clase de orgullo lo vemos en Lucas 8 donde Jesús cuenta la parábola del fariseo y el cobrador de impuestos. Jesús dice: “El fariseo, de pie, apartado de los demás, hizo la siguiente oración: “Te agradezco, Dios, que no soy como otros: tramposos, pecadores, adúlteros. ¡Para nada soy como ese cobrador de impuestos! Ayuno dos veces a la semana y te doy el diezmo de mis ingresos”. Lucas 18:11-12
El fariseo se presentó delante de Dios en oración justificándose a sí mismo y sintiéndose superior al cobrador de impuestos. ¿Si ves como el orgullo tiene cegado a este hombre? !Está delante de Dios, del Gran Yo Soy, del Creador del cielo y de la tierra, del dueño del oro y de la plata! y todavía tiene la descarez de sentirse justificado ante Dios porque “bueno” que hace No es que sea malo sentirse bien por ayunar, orar y dar El pecado está en despreciar y ver de menos a los demás. Especialmente cuando la Biblia nos dice que Dios mira de lejos al altivo (orgulloso,a) pero mira de cerca al humilde.
Y es que
Lo opuesto al orgullo es la humildad: estar seguros de nuestra posición ante Dios basado únicamente en la bondad de Cristo.
Tenemos que entender que somos justificados y aceptados ante Dios por medio del sacrificio de Jesús en la cruz No tiene nada que ver con nosotros ni con lo que hacemos. Hacemos lo bueno como respuesta al amor y sacrificio de Jesus. Y como resultado de ser humildes, no solo se agrada Dios de nosotros sino que llegamos a establecer relaciones sanas con los demás
El ser humilde, también, nos mantiene saludables emocionalmente porque nuestro corazón se mantiene limpio y humilde hasta el punto que nos hace estar satisfechos y en paz. Este es uno de los regalos sorprendentes de la vida cristiana: la verdadera salud emocional, y la salvación gratuita que nos ha dado Jesus y esto no tiene nada que ver con nosotros como dice Efesios 2:8-9: Dios los salvó por su gracia cuando creyeron. Ustedes no tienen ningún mérito en eso; es un regalo de Dios. 9 La salvación no es un premio por las cosas buenas que hayamos hecho, así que ninguno de nosotros puede jactarse de ser salvo.
En otras palabras, no tenemos nada porque enorgullecernos. Al contrario, al ser salvos por la gracia de Dios, debemos ser humildes. y no ser como el cobrador de impuestos que por su orgullo salió igual o peor como entró al templo. Nuestra actitud debe ser de humildad “..… Pues los que se exaltan a sí mismos serán humillados, y los que se humillan serán exaltados”. Lucas 18: 13-14
Entonces, si tu sufres de este pecado del orgullo, lo primero que tienes que hacer es reconocer que sufres de este pecado. Pídele perdón a Dios y trata de ser humilde sirviendo a los demás porque
El antídoto contra el orgullo no es odiarse uno mismo, sino el sacrificio propio, buscando a alguien a quien servir.
¿Quieres sanarte del veneno del orgullo? Entonces toma este antídoto. No es que tienes que despreciarte y sentirte menos que otros sino aprende a sacrificar tu comodidad. Sal de tu confort y ve y sirve a alguien. Si sabes que tu vecino o alguien en la iglesia o tu comunidad está en necesidad, ayúdalo. La recompensa de ayudar y servir a otros es una comunidad sana, que es imposible que los de corazón orgulloso puedan tener. Ten un corazón de servicio al igual que Jesus, nuestro mayor ejemplo de humildad. Esto lo vemos en Juan cuando le lava los pies a sus discípulos durante la Pascua. “Jesús sabía que el Padre le había dado autoridad sobre todas las cosas y que había venido de Dios y regresaría a Dios. Así que se levantó de la mesa, se quitó el manto, se ató una toalla a la cintura y echó agua en un recipiente. Luego comenzó a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura.” Juan 13:3-5