En el Domingo de Ramos los cristianos celebran la gran entrada de Jesús a Jerusalén durante la última semana de su vida, conocida como “Semana Santa”. Esto representó el pico más alto de la popularidad de Jesús, ya que grandes multitudes salieron a darle la bienvenida a la ciudad. En el drama de ese momento, diferentes personas lo vieron de formas muy diferentes. Al mirar a aquellos que interactuaron con él ese día, podríamos vernos en esos personajes y preguntarnos: “¿Cómo veo a Jesús?”
Algunos ven a Jesús como una amenaza y lo rechazan sin importar lo que diga la evidencia.
Unos días antes del Domingo de Ramos, Jesús llegó a las afueras de Jerusalén para la celebración de la Pascua judía. En Juan 12:9-11, se corrió la voz de dónde se hospedaba, en la casa de su amigo Lázaro, y la gente acudió en masa para verlo. Jesús había resucitado recientemente a Lázaro de entre los muertos (Juan 11:43-44), lo que naturalmente atrajo mucha atención a ambos. Los líderes religiosos vieron la creciente popularidad de Jesús como un desafío a su propia posición, por lo que conspiraron para matar a Jesús (Juan 11:53), y ahora también a Lázaro. Uno pensaría que la evidencia de un milagro divino los convencería de seguir a Jesús, pero sólo aumentó su antagonismo al subestimar su poder.
Mucha gente responde de la misma manera hoy en día. Jesús podría aparecer en persona y hacer un milagro de buena fe y sería rechazado porque ninguna cantidad de evidencia puede convencer a alguien cuya mente ya está decidida.
Algunos ven a Jesús como Señor, y lo obedecen incluso cuando no tienen el panorama completo.
Cuando Jesús estaba listo para entrar en la ciudad, envió a dos seguidores (discípulos)por delante a buscar un burrito para que lo montara, diciéndoles dónde buscar y qué decirle a su dueño (Lucas 19:29-31). Jesús había estado en Jerusalén muchas veces, pero siempre había llegado a pie. A nadie le explicó, ni a sus discípulos, lo que había planeado, o por qué quería un burrito esta vez. En respuesta, los dos discípulos simplemente hicieron lo que Jesús les dijo que hicieran. No lo cuestionaron. Solo obedecieron.
Los discípulos tenían al menos una parte del panorama general. El profeta Zacarías del Antiguo Testamento dio dos pistas que arrojan luz sobre los acontecimientos de ese día. Primero, proclamó que el futuro rey de Israel vendría montado en un burro (Zacarías 9:9). En segundo lugar, la venida del rey estaba asociada con el Monte de los Olivos (Zacarías 14:3-4), el lugar donde Jesús se alojaba antes de entrar en Jerusalén. Los discípulos también tenían muchas razones para confiar en Jesús. Ellos lo conocían. Lo habían visto y oído en muchas situaciones. Su historial en sus vidas les aseguró que podían confiar en él aunque no explicó lo que significaba todo eso.
Asimismo, a veces Jesús nos pide que le obedezcamos aunque no nos dice por qué, ni cuál será el resultado. Tenemos que dar un paso de fe, sabiendo que él tiene el panorama completo incluso cuando nosotros no la tenemos. Obedecemos porque Jesús es el Señor y ha demostrado que podemos confiar en él.
Algunos ven su propia versión de Jesús y lo abandonan cuando no cumple con sus expectativas.
Mientras Jesús cabalgaba a través de las puertas de la ciudad, fue recibido por grandes multitudes que bordeaban las calles. Extendieron sus mantos en el camino delante de él junto con las ramas de los árboles cercanos (Mateo 21:8). Es por eso que ese día se conoció como el Domingo de Ramos. Las prendas eran un signo de homenaje, mientras que las ramas de palma eran un símbolo de la identidad nacional israelita. En otras palabras, las multitudes estaban dando la bienvenida a Jesús como su Rey.
El pueblo de Israel había vivido durante mucho tiempo con la expectativa de que Dios levantaría un rey. Lo llamaron el Mesías, de la palabra hebrea para “ungido”. Las palabras que gritaron reflejaron esas expectativas: “¡Alaben a Dios por el Hijo de David! ¡Bendiciones al que viene en el nombre del Señor!” (Mateo 21:9). El título “Hijo de David” refleja una promesa que Dios le hizo al gran Rey David siglos antes: que él establecería una dinastía de reyes de David que reinarían sobre el pueblo de Dios. La gente también citaba el Salmo 118, que en la tradición judía se relaciona con el Mesías “que viene en el nombre del Señor”. En base a esto, el pueblo esperaba un rey guerrero, como David, que restauraría los días de gloria de la antigua monarquía de Israel. Por ejemplo, asumieron que el Mesías los conduciría a la victoria sobre sus opresores romanos.
Mientras Jesús entraba en Jerusalén en medio de este alboroto popular, el estado de ánimo de la multitud pronto cambió dramáticamente. Cinco días después, Jesús fue arrestado y condenado. Cuando el gobernador romano se ofreció a liberarlo, la multitud gritó: “¡Crucifícalo!”. (Juan 20:14-15). ¿Qué sucedió? Un Mesías crucificado no era el rey guerrero que todos querían que fuera. La idea popular del Mesías pasó por alto otras profecías del Antiguo Testamento, como las del siervo sufriente (Isaías 53:2-7). Así que tenían su propia versión de un Mesías, y cuando Jesús no estuvo a la altura, se volvieron contra él.
Incluso hoy, muchas personas dan la bienvenida a Jesús en sus propios términos. Quieren un Jesús que garantice su salud, los haga ricos o les dé una vida sin problemas. Cuando no hace lo que ellos imaginaron, abandonan su fe. Por supuesto, eso no cambia quién es realmente Jesús. Pero mucha gente solo aceptará la versión de Jesús que ellos mismos han inventado.
Algún día todos verán a Jesús por quien verdadermante es: el que venció el pecado y la muerte para establecer su dominio en nuestros corazones.
En este mundo, siempre habrá personas en cada uno de estos tres grupos. Pero llegará el día en que todos verán a Jesús por lo que realmente es. Apocalipsis 7:9 nos da una imagen del cielo que refleja el Domingo de Ramos. Vemos una gran multitud de adoradores de pie ante el trono de Dios. Cuando Jesús aparece, visto aquí en forma de cordero, levantan ramas de palma en el aire y gritan sus alabanzas. El Domingo de Ramos, Jesús no solo era el Rey que venía. Él también era el Cordero de Dios caminando hacia su muerte en la cruz. La cruz no fue una derrota; fue su última conquista. Por su sacrificio allí, liberó a su pueblo, no de la opresión política, sino del pecado y la muerte. El libro de Apocalipsis también muestra que un día, Jesús vendrá como un rey guerrero para gobernar toda la tierra (Apocalipsis 19:11-16). Mientras tanto, él gobierna en la vida de todos aquellos que lo siguen como Señor.
Y tú, ¿cómo ves a Jesús?